El amor de una madre
Ya no eras nada en mi vida, no eras nadie, pero a pesar de que el tiempo y la distancia te mantenían lejos, a pesar de que mi moral gritaba que todo se había superado y podía fingir una sonrisa bonita delante de ti, yo aún tenía muchas ganas de matarte, no era un simple odio, era más que eso, saber que te habías burlado de mí y que estabas viviendo para contarlo. Eso no me hacía bien, saber que existías no me hacía bien, eres la caja de pandoras que nunca debí abrir, mi salud mental se deterioró con el recuerdo de cada palabra que pronunciaste y con cada recuerdo de un falso sentimiento que elaboraste para engañar un alma pueril que quería jugar a la fortaleza, pero no, no es tan sencillo como se dice, es cuestión de honor: yo amo, yo siento, yo hablo y yo padezco todo el dolor que sembraste en mi con tu falsas palabras.
Extraño, eres un extraño al que quiero matar, son muchas las imágenes que se cuelan en mi mente, imágenes frescas y tan oscuras como la boca de un lobo, yo no soy capaz de seguir viviendo así, sabiendo que existes, sabiendo que ríes y que buscas de manera detenida tu próxima víctima. ¡Oh! Querido dolor de cabeza que profanas la falsa calma de esta noche de verano, no me deja pensar bien, golpeo mi cabeza con ambas manos y el dolor se aviva. Yo no soy capaz de dejarte vivir, no soy capaz de dejarte vivo y olvidar, yo no puedo seguir fingiendo que todo lo que sucedió era lo que tenía que suceder, yo tengo que saber más, tengo que buscar más entre tus cenizas, debo oler tu sangre, pisotear tu pasado, tengo que saber quién te creo y debo eliminar esa máquina de basura para que el mundo no se vea amenazado por una raza de estiércol que lo único que traerá a esta vida será la miseria de seres sin almas que no podrán expresar lo que sienten por miedo a ser abofeteados por la vida.
Voy a matarla primero a ella, la degollare como a cual cerdo, ella es la culpable de traerte a este mundo y yo seré el héroe que acabe con la plaga, esa peste indeseable que quiso acabar conmigo, pero solo hirió un poco mi mente, aunque a veces yo mismo puedo controlarla sin medicamentos (risas) ella me controla a mí en un ciento por ciento.
Aún estoy pensando qué haré con tu cabeza, no es sencillo escoger un lugar justo para un trofeo tan meritorio, la adornare con mis lágrimas, esas que aun brotan de cuando en cuando por el recelo que tengo de haber sido tan idiota como para querer prolongar esos 15 minutos de sexo a toda una vida juntos, fui el más idiota entre los idiotas del huerto de manzanas podridas que ni yo mismo sabía que existía detrás de mi pequeña morada en el barrio de la esquina. Manzanas, barrios, idiotas, nada de esto tenía sentido pero solo podía escribir lo poco que de mi mente brotaba yo no podía hacer más nada ya no podía pensar con lucidez, todo me costaba, me pesaba la conciencia aun sin haberte pasado el cuchillo por la garganta. Qué haría con la sangre (risas) no me acordaba de ella, es que la imagino, la imagino tan bien como si la estuviera viendo. Debo planear todo bien si quiero que las cosas sean excelentes, así me decía mi madre y ella era muy inteligente, lástima que tuvo que irse… por que tuvo que irse mi madre, ella era tan buena, ella era la única que podía entenderme, ella me quería, yo lo sentía en sus carisias aunque digan que eran inapropiadas, a mí me gustaban, me gustaba porque ella se sentía feliz cuando jugaba conmigo, es cierto, yo me sentía extraño, nadie nunca había jugado conmigo de esa manera, ella fue la primera y luego tú, que cosas no, debo deshacerme de todos los que jugaron de esa forma extraña conmigo, primero ella y ahora tu… pero ella me dijo que tú eras bueno , solo en eso te equivocaste madre, y ahora te fuiste.
No quiero dejarte vivo ni un segundo más, necesito verte morir para sentirme bien conmigo mismo por lo menos una vez en mi vida.
Ya sé, aun me buscas para calentar tu entrepierna, usaré ese momento para acercarme, no sé si hundirme de nuevo en tu entrepierna y jugar como siempre con mi boca, eso es lo único que disfruto, o si ir directamente a pasear mi cuchillo en tu garganta, luego profanar tu carne repetidas veces para asegurarme de que estés muerto.
No sé cómo matarte… pero debo hacerlo para liberar todo este sufrimiento que hay en mí.
Todo es tan confuso para mí…
No sé qué hacer.
Lo vi entrar en mi habitación, venia como siempre, la camisa desabrochada, los pantalones anchos y ese cabello tan despeinado. Se quitó la ropa tan deprisa que no me dio tiempo de disfrutarlo, se lanzó sobre mí y comenzó a tocar mi cuerpo, besar mi cuello, acariciar mis partes, yo comencé a llorar, necesitaba a mi mama, no sabía qué hacer.
-¡Mami! – Comencé a gritar varias veces. Pero ya era demasiado tarde, no podía hacer más nada, ella no vendría, no, todo se había acabado, levante el cuchillo que escondía bajo una almohada y se lo clave en la espalda repetidas veces. Gritabas de dolor pero no podía detenerme, no era justo para mí, yo solo podía reírme a carcajadas, te estaba viendo morir, al fin estaba haciendo algo bien, tu sangre me adornaba las manos, estabas muerto. Tú escondías a mi madre, tú la escondías a ella. Tú me mentías, me decías que ella no me quería, pero ella si me quería y no sabes cuánto.
Dos policías discutían el hecho, había dos cuerpos en aquella habitación, uno con vida y el otro en un mundo paralelo en donde solo existía un YO.
- El joven está demasiado mal, esta desquiciado. Se llama Gail, Gail Fabeiro.
- Y… ¿la madre?
- La madre está muerta, aun no comprendo por qué estaba vestida como hombre, salta a la vista que el la mato con ese cuchillo, pero no comprendo.
- Voy a hablarle.- Se acercó al joven.- Gail, ¿qué sucedió?
El joven miro al policía con una mirada de ojos reventados en sangre, tardó en responder mirando el cadáver en la habitación:
- A veces la vida nos pone en el camino cosas buenas y cosas malas, muchas veces no nos damos cuenta que esas mismas cosas buenas con el paso del tiempo pasan a formar parte de las malas y viceversa. Yo solo hice lo que tenía que hacer. Que le puedo decir oficial: Hay personas que no saben valorar el amor de una madre.
Luis Mazzanti
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