CRÓNICAS DE UNA TARDE DE OTOÑO
« Magnolia, ¡oh! Magnolia querida, quien diría que este sería nuestro último encuentro, quien hubiese imaginado tal escena tan triste, tus finas manos tan frías, tu hermosa sonrisa tan dormida y tu dulce voz tan muda.
¡Oh! Querida y dulce locura, querida ninfa de cabellos negros, querida y frágil Magnolia quien entre mis manos siempre fue como el vidrio, como aquel vidrio que jamás debí dejar caer, como aquel vidrio que en finos y brillantes pedazos se esparcieron delante de mi inmundicia. Mi adorada tan correcta, tan perfecta y tan esbelta.
De aquella tarde de otoño solo me queda el recuerdo, el recuerdo de un sentimiento tan mío, tan tosco, tan amplio y hoy sin duda tan yermo. Mi querida piedra blanda, mi adorada utopía, hoy emprendes una prolongada modorra, hoy vives la muerte, hoy inicia mi calvario y es hoy donde más extrañare tu sombra.
Te veo partir, lo sé, lo estoy viendo pero aun así no lo creo, no es cosa de no aceptarlo, es tan simple como creer que un ángel nunca a de morir, mucho menos un ángel bueno… ¡MAGNOLIA! Grito tu nombre a viva voz porque sé que no escuchas, tu nueva vida se llama muerte y las cosas han de cambiar, ya no será lo mismo de antes, ya no es igual, ahora es distinto porque tú has cruzado el umbral, no temas, no tengas miedo de nada porque aunque no esté presente y no me veas, siempre estaré allí para protegerte.
Este mundo siempre fue difícil para ti, este mundo te hacía daño, no nos dejaba estar juntos, nos separó a toda costa pero yo he de vencer su autoridad tan inflexible yo hare que todo lo bueno funcione tan solo para ti, tan solo por ver renacer esa sonrisa tan perfecta que solo de ti puede venir.
¡OH! Magnolia, el miedo me corroe pero aun así no me detendré, sé que hoy me odias pero te darás cuenta de que lo que ves no es lo que realmente es, todo lo que hago es por ti y para ti.
La muerte de tu madre fue un duro golpe lo sé, pero era justo y necesario, yo tenía que acabar con todo aquello que te oprimía, y ella lo hacía, ella era una larva que se posaba en tu cerebro y envenena tu sangre con su espesa ponzoña, ella debía morir como el gusano que era, sus garras ya no tocaran tu fina carne y sus animosos ojos jamás podrán juzgarte.
Ya no te veré llorar más, ya todo ha de acabar.
Descansa Magnolia, descansa porque todo el sufrimiento de aquellos pecados ajenos que pesaron en ti, ya no han de tocar tu intachable moral… »
La daga que atravesaba el corazón de Magnolia permanecía silenciosa, no había espacio para una palabra más, su amado Abelardo yacía al costado de aquel hermoso cadáver que reposaba sobre la sangre más viva que una persona podía emanar, la admiraba sonriente, besaba su mano y la paseaba por su rostro manchado de culpa, un rostro enfermo que solo veía el amor que de su amada nació. Aquella alma sin perdón aplaudía su acción como cual arista ama su arte y como todo artista estaba dispuesto a morir por ella y para ella.
Una daga sirvió para unir dos corazones, para cegarlos y para romper detrás de ellos una pasión sin sombras que tan solo quedara en el recuerdo de una tarde de otoño.
Luis Mazzanti
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